martes, 28 de mayo de 2024

LA BARCA DE ORO DE ALEJANDRO VARGAS

La Barca de Oro de Alejandro Vargas era mía añeja y húmeda curiara de las más pobres y trajinadas. De tanto fondear aquí y allá, varar a sobre la arena y encallar entre los invisibles arrecifes del Orinoco, se le había averiado el casco de tal forma que su dueño no podía carenarla sino con retazos de enaguas y camisas viejas. Las curiaras indias son labradas, a fuego lento controlado, con hachuela para navegar el río a canalete, siguiendo las corrientes o a la sirga. Pero aquella pobre curiara de Alejandro. Vargas y su compinche Carvajal, que vivía en El Pueblito de Perro Seco, a la orilla del Orinoco; tenía vela como una piragua caribe y a bordo de ella solían ir a los caseríos ribereños, el uno con su cuatro y el otro con su guitarra, a "matar un tigre" o, en lenguaje más práctico, a "buscar la vida”. Un 24 de diciembre navegaban de regreso remontando el río a tiro de pasar la Navidad en la capital bolivarense, pero había mal viento y la curiara, debido a filtraciones, tenía que ser achicada a cada momento. Después de navegar bajo intenso sol desde Puerto Tablitas, y con la noche como impedimento para continuar la singladura costanera, decidieron atracar en un lugar de donde venían voces y se veían luces. Era Palmarito, a escasa distancia de Ciudad Bolívar y a punto de Navidad. Cortado el frío con un buen trago de bucare, Alejandro Vargas desenfundó su inseparable guitarra de un impermeable y otro tanto hizo Carvajal con su cuatro y, al poner ambos pies en tierra, el Negro improvisó este aguinaldo que perdura con la misma intensidad de Casta Paloma en el alma popular bolivarense: La barca de oro, / el timón de plata, / la quilla de acero, / las velas de nácar. / Hasta aquí llegamos / ya fondeó la barca, / y los pescadores / dan su serenata. A propósito de su popular Casta Paloma — popular a nivel nacional— cuenta Luis Alberto Rivas (Guaracuto), tertuliante de Alejandro Vargas en los bancos de la plaza Centurión, que la letra de este aguinaldo la compuso entresacando algunos versos de un largo poema de amor de García Delepiani, el mismo autor de la letra del popular merengue La Sapoara, cuya música es del compositor margariteño Francisco Carreño. Por cierto que la primera vez que estuvo en esta ciudad Freddy Reina ofreciendo un concierto a los bolivarenses, ejecutó algunas piezas de Alejan dro Vargas que también están en el repertorio guitarrístico del pintor Jesús Soto. En esa ocasión, cuenta el poeta José Quiaragua, que al siguiente día de la velada musical, Freddy Reina no quiso regresar a Caracas sin antes visitar la biblioteca Rómulo Gallegos, entre otros sitios que le habían recomendado, y estando ya ante sus interminables anaqueles atiborrados de libros, le preguntó a uno de los empleados si tenían allí, por casualidad, un ejemplar del Correo del Orinoco y el joven que lo atendió le respondió de lo más natural: "No, señor, aquí sólo compramos El Nacional y El Universal”.

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