martes, 21 de mayo de 2024

LA MALA RACHA DE BERRÍO

Antonio de Berrío, el frustrado buscador de El Dorado, lucía unos cuantos laureles cuando, siguiendo las huellas del Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, se internó en tierras del Orinoco para posesionarse de ellas y fundar la provincia de Guayana. Esos laureles los había obtenido como soldado en Europa y también en las luchas que los hispanos sostuvieron en Granada contra moros. Laureles que invirtió, junto con su fortuna y la de su familia, en las expediciones doradistas de Guayana, de la que fue gobernador hasta su muerte, muy anciano. Berrío fue el primero en descender el río Meta, descubierto por Diego Ordaz en 1831, y acampó junto con sus expedicionarios durante muchos meses, y en tres ocasiones, en los llanos de Ca- sanare. Lo atraía y daba seguridad aquel ambiente donde los caballos podían alimentarse bien, donde había sal, plantes medicinales y una comunicación relativamente favorable. Se hallaba en Cartagena desde 1881. Pero nunca la diosa Fortuna favoreció sus empresas, ya tratando de acertar los caminos dorados barruntados por el cacique Morequito o haciendo que perduraran los pueblos que fundó y sus nombres. Ninguno de los nombres que le inspiraron paisajes y lugares, perduraron. Quiso que el rió Mete se llamara Candelaria, pero Meta se quedó desde que nace en territorio colombiano hasta fluir sus aguas en el Orinoco. Fundó en zona de lo que es hoy el Territorio Federal Amazonas un pueblo con el nombre de Santísimo Sacramento, que le sirvió de vértices para explorar en diversas direcciones la po- sible ubicación de la imaginada rica y dorada ciu- dad de Manoa, pero desapareció aquel pueblo, con nombre y todo, desde el mismo día cuando re- gresó a Casanare para recuperarse de tanto des- contento, hostilidad, enfermedad y muerte. Tampoco tuvo suerte ni con el pueblo ni con el nombre de San José de Oruña, que fundó en la isla de Trinidad, donde fue a parar durante la tercera expedición que le permitió descender el Orinoco. Pueblo y nombre desaparecerían con el tiempo del mapa trinitario. Concibió el nombre de San José de Oruña para testimoniar la admiración que sentía por el santo carpintero y por su propia mujer María, quien le dio diez hijos, entre ellos, dos varones tan arrogados como él: Femando, dos veces gobernador de Guayana, y Francisco, gobernador de Caracas. Ambos perecieron ahogados. Colón tuvo mejor suerte con los nombres, incluso con el de Trinidad, que perduró sobre el de Cairl o tierra de los colibríes, como los aborígenes en-tendían que se llamaba la isla. Su suerte fue aún más paupérrima con Santo To-más, pueblo fundado en la orilla derecha del Orinoco, justo donde moran hoy los castillos de San Francisco y el Padrastro. Este pueblo fue seis veces saqueado y quemado por corsarios y piratas, y terminó mudado con el nombre de Angostura, hoy Ciudad Bolívar, que en vez del Apóstol tiene como patrón a Nuestra Señora de las Nieves. Para colmo, los administradores contemporáneos de esta provincia fundada por él nada o casi nada le han reconocido a la hora de erigir nuevos pueblos, en cambio, no ha ocurrido lo mismo con Diego de Or daz (Puerto Ordaz), que fue ten bárbaro y cruel con nuestros indios. Berrío, por antítesis, era todo un valiente caballero, por lo menos así lo reconoció en sus relatos su enemigo Sir Walter Raleigh. (AF)

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