martes, 5 de enero de 2021

COCHE. BLANCA ESTELA Y EL ARZOBISPO DE CIUDAD BOLÍVAR

Coche es una isla de sol, de sal y de redes, fundada hace más 450 años por Juan López de Archuleta, quien por Real Cédula la recibió en calidad de encomienda para que se estableciese en ella con su mujer y tuviese ganado, labranzas y otras granjerías. Los cochenses seguramente no saben mucho de este hecho de su historia, pero saben, en cambio, y lo celebran como tradición secular, cuando es el día de San Pedro y de la Virgen del Carmen, patronos de pescadores y marinos. El 16 de julio suele haber en la isla una gran fiesta marina. Decenas de embarcaciones cortejan en su procesión por el mar a la Virgen de los escapularios, desde el muelle de Valle Seco hasta el Guamache, bajo una linda y efusiva atmósfera de pirotecnia, canto, música folklórica y religiosa. El pueblo de San Pedro y caseríos del Guanache, Bichar y Guinima rompen la rivalidad lugareña y se unen en una sola fiesta en honor a la Virgen y este milagro de la unidad se le atribuye a la hermana Blanca Estela que durante un buen tiempo se hizo líder religiosa y social de la comunidad sanpedrina. Los habitantes de la Isla de Coche están bien arraigados en la fe católica. Es uno de los pocos pueblos de Venezuela donde no ha podido entrar otra religión y muy difícil la superstición o la brujería. Allí sólo se cree en Dios y la Virgen. El Arzobispo de Ciudad Bolívar, Crisanto Mata Cova, en la creencia de que esta condición religiosa del pueblo de Coche se le debía en buena parte a la labor de Blanca Estela, movió contactos dentro de la jerarquía católica y logró reubicar a la Hermana en la capital guayanesa donde la embestida evangélica apabulla con sus micrófonos y altoparlantes instalados en sectores urbanos de la ciudad. Blanca Estela realizaba una labor estupenda cuando para desconsuelo del prelado le llegó la contraorden de regresar a Coche. Al parecer la Iglesia se dio cuenta que no podía arriesgar los resultados de una labor que la monja con su carisma y dinamismo estaba cimentando en la isla. La monjita realmente se las traía. Era dinámica y vivaracha. Hablaba, cantaba y rezaba muy bien. Algunos sacerdotes, entre ellos Mata Cova, la llamaban “monja revolucionaria”. Ejecutaba el órgano, la guitarra, el cuatro, el acordeón, tocaba las maracas y conversaba en forma convincente y directa. El pueblo entendía su lenguaje, la seguía, creía en ella, la respetaba, la cuidaba y por las noches a la hora del Rosario llenaba la Iglesia desde el altar mayor hasta el atrio. Blanca Estela, que al final le ordenaron pasar a La India donde murió, pertenecía a la congregación Hermanas Laura, de las cuales hay otras tantas internadas en la selva de Guayana catequizando para su religión la fe de los indios Mapollos. (AF)

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